Cuenta el mito griego que, disputándose la posesión del Ática, Poseidón y Atenea terminaron delante del consejo de los dioses, que estableció confiar la región a quien hiciera el presente más valioso. El dios de los mares, golpeando con su tridente en la roca, hizo brotar una fuente; Atenea hizo nacer un olivo, con lo que obtuvo la victoria. Desde ese día el olivo se consagró a la diosa y se convirtió en un emblema de la paz en todas las culturas y religiones antiguas de la cuenca mediterránea.

Introducido en España seguramente ya por los fenicios y griegos sobre todo por sus frutos, las aceitunas, y el rico aceite que de ellos se extrae, su llegada a Canarias como especie de cultivo se remonta a los primeros años tras la conquista española. No obstante, existe una variedad de olivo silvestre o acebuche que se considera endémica de las Canarias, presente en todas las islas aunque es Gran Canaria donde mayor relevancia tiene: la subespecie guanchica. Entre la población aborigen de las islas el fruto se utilizaba como remedio popular comestible y el aceite, entendido como zumo de aceituna, quedaba reducido dado su escaso rendimiento productivo. Más que por su uso gastronómico, la especie era apreciada entre las poblaciones prehispánicas por su madera, usada para fabricar herramientas de labranza o el garrote con que los pastores de la isla guiaban el ganado y para la práctica de la tradicional lucha del garrote, hoy en día deporte reglado y practicado en las Islas.